Jamás reparé en ello hasta hace un par de días…
A diario bebo café. Tres… a veces cuatro tazas en un día, cuando tocan horas muy cansadas. Se ha convertido ya en algo que le pertenece a mi normalidad: porque no he logrado despertar, porque me apetece para acompañar mi desayuno, porque es la mejor excusa para caminar con alguien cuyas pláticas son siempre geniales e ir juntos por una tacita… O porque simplemente extraño su sabor.
Comencé a ir hacia atrás en este hábito, año por año…
Al llegar en mi mente a mis 21 años me detuve… Me detuve por varios segundos. Me percaté de que mis hábitos del diario eran completamente distintos.
Jamás reparé en ello hasta ahora: Durante mi estancia en Japón no bebí realmente café. No como lo hago aquí. No como ahora.
La razón mayor de mi cantidad de tazas diarias ahora es facilidad y precio. La maquinita del trabajo lo prepara en 10 segundos…y además es gratis.
Cuando fui estudiante de intercambio no tenía en casa cafetera ni prensa francesa. En la universidad no regalaban americanos y lo más barato que había eran latitas de café de máquinas expendedoras. Aún así había que pagarlos y, verdaderamente, lo más barato en Japón era el agua y el té. Así que bebí mucho de esto (además de alcohol, claro).
Es algo mundano y aburrido. Pero entonces brotaron más actividades en mi cabeza: cuántas cosas llevan siendo normales para mí por años y luego comienzo a ir hacia atrás de nuevo… ¿en qué época éstas ni siquiera aparecían en mi mente como opción de actividad diaria? ¿Cómo nacen los gustos nuevos? ¿Cómo nacen las amistades nuevas cuando uno ya pasa de los 30?
Hace 10 años, en una época en la que era estudiante y extranjera, el café no cargaba la importancia que carga ahora en mí.

Leave a comment