He viajado unas 10, 12 veces a la Ciudad de México. Mis primeros viajes hacia la misma no fueron particularmente significativos en cuanto a una experiencia en la capital, pero lo fueron en cuanto a amigos.
Estas primeras veces acudí sólo a tomar un examen de Japonés que sólo se llevaba a cabo el primer domingo de diciembre de cada año. Durante meses mis amigos y yo nos preparábamos para este día. El nervio y los últimos repasos de las lecciones ya en la fila afuera de la universidad me resultan ahora cariñosamente risibles. Este era un viaje de unos tres días. Siempre nos dábamos un día libre para hacer alguito distinto. Hay un viaje que es el que recuerdo con más cariño. Supongo que fue el primero, no recuerdo bien. Me la pasé casi todo el tiempo con mi entonces mejor amiga. En este viaje ella me presentó Starbucks. Recuerdo haber pedido un Mocca Blanco, alto, caliente. A ambas nos dió un sugar rush. Volvimos al hotel a tocar en varias puertas de habitaciones para luego correr de regreso al elevador y repetir la diversión en cada piso.
Más tarde fuimos al cine. A tan solo una cuadra de llegar, nos topamos con un japonés quien entonces era mi crush. Nos dijo que también iba al cine y que vería la misma película que nosotros. Así pues, yo no vi la película y me la pasé viéndolo a él.
En estos viajes, durante esos años, viviendo esas experiencias, yo comencé a conocer el concepto de amistad.
Mis siguientes viajes a la Ciudad de México fueron ya por motivos distintos, pero debo decir que, de todos ellos, el mejor para mí ha sido el de noviembre de 2013.
Recuerdo vagas cosas de esta época. En general no fue un buen año laboral y esto me hacía perder seguridad en mí. Tenía un crush con un guitarrista local cuyas composiciones me hacían vibrar. Acompañé a mi papá a un concierto de Paco de Lucía, y recuerdo también haber hecho mi propio disfraz de Sally para Halloween (no gané el concurso, pero mi vestido quedó muy boni).
Nunca me acerqué al mundo de los musicales. No me disgustaban, pero jamás hubo un hilo que jalara mi curiosidad hacia ellos. Y no recuerdo exactamente qué haya sido lo que me atrajo, pero en 2013 me acerqué a conocer Wicked. Y mi mundo se movió.
Todo en este musical me fascinaba. TODO. Por supuesto, Wicked despertó mi curiosidad y me llevó a conocer más musicales. Pero de Wicked sucedió la maravilla de que, justo en 2013 comenzaría la temporada (en español) de presentaciones en la Ciudad de México.
Sin pensarlo dos veces compré mi boleto de avión. Pagué dos noches de un hotel medianamente cercano y compré mi boleto de Wicked en primera fila. Estaba sentada a nada de la orquesta. Todo estaba tan cerca de mí que la vibración de mi felicidad no me permitía estar quieta. No recuerdo si sonreí más de lo que lloré. Al terminar el evento no quería irme de ahí.
Regresé a mi hotel, me detuve en un oxxo por un par de cervezas. Justo comenzaba un maratón de Harry Potter en la televisión. Yo amaba la pijama que me había llevado. Me la puse, abrí mi cerveza y solita en mi cuarto seguía sonriendo.
El día siguiente lo pasé con unos amigos de Guadalajara que coincidieron en la Ciudad de México conmigo ese día. Lo pasamos fenomenal.
La mayor parte del tiempo de este viaje estuve sola y lo disfruté bastante.
No soy, en verdad, fan de la Ciudad de México. Nunca es mi primera opción en la cabeza cuando pienso en posibilidades de viajes. Pero me ha regalado experiencias de amistad y de reencuentro conmigo tan magníficas, que me es inevitable sentir de nuevo emoción al recordar… 🙂


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